No es inusual la imagen del niño que no quiere ir al colegio. Que se siente cansado y desmotivado por ir a un edificio llamado “escuela” donde profesores de Matemáticas, Química, Lengua o Geografía dictan largas lecciones de libros inacabables. Pese a la buena labor del profesorado, el alumno sólo ve eso, un distanciamiento con el maestro y unas horas aburridas en las que tiene que estar “encerrado”, escuchando contenidos de forma monótona y repetitiva.
La motivación debe convertirse en el instrumento fundamental del aprendizaje del alumno. Para los nativos digitales el aprendizaje se da bajo unas condiciones y la motivación, conducida por los profesores, es una de ellas.
Como cualquier otra transformación, debe contar con un o unos agentes, precursores del cambio. Personas que dictaminen la necesidad de una transformación, y en este caso, nadie mejor que los propios alumnos para poner cartas en el asunto. Quién mejor que los propios afectados para ser los que puedan dar las posibles soluciones.
Nacen con la tecnología, dispositivos móviles en las manos, y una línea ADSL antes de tener el carnet de la biblioteca municipal. En este contexto, las escuelas tienden a un objeto asistencial, un lugar de asistencia pero no de conocimiento ni aprendizaje. Los alumnos son dueños de sus capacidades y las deben introducir en el aula para convertirlas en necesidades educativas.
Querer aprender y no ser obligados a ello. Y eso se consigue con la motivación que genera el tener algo familiar dentro de las aulas. Ya decía Albert Einstein “nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad de penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”.
Si eres alumno o estás cerca de alguno, no demandes enseñanza, pide aprendizaje, una habilidad que te motivará en cualquier contexto y que una vez adquirida, hace que cada conocimiento sea enriquecedor.
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